Ya denle el Oscar a Oldman y no molestamos más.
El tiempo es mayo de 1940. Europa está en momentos de tensión debido a los ataques de los nazis, quienes van “conquistando” países de poco. Winston Churchill (Gary Oldman), político conservador que no es muy bien visto a ojos de los demás, incluido el mismísimo rey Jorge IV (Ben Mendelsohn), asume la presidencia luego de la renuncia de Neville Chamberlain.
Eran los inicios de la Segunda Guerra Mundial y Churchill está viviendo días durísimos: debe frenar el avance de las tropas de Hitler, mientras miles de soldados de su país están atrapados en Dunquerque. Ahí es cuando se pone en marcha la famosa Operación Dínamo, también conocida como el milagro de Dunquerque, que consistía en lograr la mayor evacuación posible de estos soldados con ayuda de civiles que ponían sus embarcaciones al servicio del país, arriesgando así sus vidas en el intento de salvar otras. De cierta manera, y si nos ponemos a analizar, esta película de Joe Wright bien podría conectarse a ‘Dunkirk‘ -la de Christopher Nolan-, siendo ‘Darkest Hour‘ la precuela.
A pesar de vivir momentos de presión (su propio partido conspiró en su contra), este personaje que no se iba a permitir aceptar la derrota se convirtió en el símbolo de la resistencia británica. Solo el Reino Unido permanecía firme como oposición ante los nazis y Churchill soporta su hora más oscura reuniendo a su nación por un bien común y tratando de cambiar el curso de la historia.
‘Darkest Hour’ es una de esas películas que tanto fascinan a La Academia. Esto no significa que no sea una buena obra, pero si significa que es una historia correcta que no sale de lo común ni arriesga mucho. Es muy inglesa, de esas basadas en personajes reales, con un gran peso sobre los hombros del protagonista. Algo así como una ‘The King’s Speech’. Su director, Joe Wright (‘Orgullo y Prejuicio’, ‘Anna Karenina’) sabe cómo filmar su historia, aunque esta caiga en lugares muy comunes. Lo más notable son las escenas en el Parlamento que sobresalen por si solas y son de lo mejor del largometraje, con diálogos muy teatrales, llenas de planos cenitales y con una fotografía poco luminosa…
No cabe duda del enorme trabajo de Gary Oldman bajo su transformación que va más allá de las capas de maquillaje: es el amo y señor del film. Su capacidad histriónica no nos permite dejarlo de ver, como si de hipnosis se tratara. Su presencia es magnética aunque el personaje sea todo un antipático; y en esto mucho tiene que ver la realización de la cinta donde se describe más al personaje que a la persona, con toda la verborragia que lo caracterizaba y es que no precisamente es un personaje que emociona si no fuera por sus energéticos discursos. Poco logra de sentimientos, aunque el retrato de Wright sea un tanto romántico. Si quitamos a Gary Oldman de la ecuación, ‘Darkest Hour’ es de lo más fría, tan descarada la forma en que busca causar emoción en el espectador, pero no llega más allá de ser pretenciosa.
A través de los conservadores y los laboristas, Wright nos muestra a un dirigente que se atreve a tomas las decisiones más difíciles para liderar una nación, con alardes de principios ideológicos y un cierto feeling de patriotismo en un filme con una –infinitamente- mayor presencia masculina que no desperdicia a sus poquísimos personajes femeninos, en este caso la joven secretaria Elizabeth Layton (Lily James) o la esposa de Churchill, Clemmie (Kristin Scott Thomas) quien le brinda todo el apoyo moral.
‘Darkest Hour’ es una película correcta, de época, con buenas actuaciones y una atmósfera única en su clase, que pretende emocionarnos de manera forzada, y no logra más que quedarse a medio camino. Solo será recordada como la película que le dió (o casi le da) un Oscar a Gary Oldman, porque este señor tiene todas las papeletas para triunfar.