Que levante la mano el que tenía al menos una ligera duda o un mal presentimiento sobre cómo iba a resultar la primera temporada de ‘Better Call Saul’.
Tranquilos: bájenla… nadie los está juzgando. Y es que al hablar de una spin-off, estaba permitido anticipar un fracaso o presentir una decepción. Nunca se sabe, ¿no? Sobre todo, cuando la serie de la cual se deriva –‘Breaking Bad’– se convirtió en parte vital de la cultura pop y en un clásico de la TV.
Pero, por suerte, ‘Better Call Saul’ ha dejado un buen sabor con su primera temporada que finalizó el pasado 6 de abril en Netflix, tanto en los seguidores de ‘Breaking Bad’, como en la audiencia nueva, pues no es obligatorio haber visto la serie anterior para engancharse con el show donde la estrella es el abogado Saul Goodman, que interpreta Bob Odenkirk.
Si el primer episodio resultó prometedor, los otros nueve terminaron por afianzar una narrativa sin desperdicio, con muy pocos momentos bajos, que le permite a la audiencia conocer el background story de un abogado norteamericano que busca ganar notoriedad en Albuquerque, Nuevo México, el mismo ‘universo’ de ‘Breaking Bad’. Todo esto, desde 2001-2002; es decir, mucho antes de conocer a Walter White o a Jesse Pinkman.
Saul Goodman -cuyo nombre original es James McGill– es un defensor público muy mal pagado, cuyos casos asignados involucran siempre a clientes culpables. Tiene mala fama y no le va bien. Al volante de un descolorido Steem, McGill se mueve por Albuquerque e intenta salir a flote a punta de artimañas -entiéndase sapadas- para comenzar a hacerse un nombre, pues ser honesto al 100% no le alcanza para salir de su diminuta y desagradable oficina, ubicada en la parte de atrás de un salón de belleza. Ugh.
Lo atractivo de la historia es explorar todos los conflictos internos de un personaje que deambula entre el bien el mal; entre lo ‘correcto’ y lo moralmente cuestionable. Tiene pasado de timador, se regenera, vuelve a caer; se desespera por ganar billete, coquetea con su pasado de ‘pillo’, rebusca estrategias, ‘mete la pata’, vive envuelto en dilemas, se vuelve a equivocar… Pero también cuida de su hermano enfermo y tiene remordimiento de conciencia.
Esta nueva serie es el antes y el porqué de Saul Goodman, el cínico/torpe/indeciso/labioso abogado que eventualmente va a causar sensación con sus memorables spots de TV y anuncios impresos por todo Albuquerque, y que se convertirá en parte fundamental del rise and fall del mítico cocinero de metanfetamina: Heisenberg.
Los saltos de tiempo -un recurso usual de ‘Breaking Bad’ y uno de los sellos del creador Vince Gilligan– están de vuelta y ayudan a matizar y a contextualizar la historia de McGill. Ya desde el inicio de la temporada (pequeño spoiler acá) vemos que, después de lo sucedido en ‘Breaking Bad’, Goodman -quien luce un bigote tupido- se ha convertido en gerente de un Cinnabon, en Omaha (algo que él mismo anticipó al final de la serie anterior). Deprimido en su casa y luego de beber alcohol, Goodman busca un viejo cassette de VHS y mira una de sus viejos spots; entonces comienza a desarrollarse la historia central.
Además del backstory de Goodman, la audiencia puede conocer desde el inicio qué hay detrás de Mike Ehrmantraut (interpretado por Jonathan Banks), el recordado jefe de seguridad de Gustavo Fring en ‘Breaking Bad’ y que acá se vincula con Goodman por ser el tipo que controla el parqueo de la corte donde trabaja el abogado.
Ver a Mike o a Tuco Salamanca, quien también muestra la cara, provoca nostalgia. Y sí, obviamente se extraña a Walter y a Jesse, pero ‘Better Call Saul’ promete ser una serie con vida propia. Con su segunda temporada confirmada para estrenarse en 2016, las dudas apuntan hacia el futuro de la trama, pues el final de la primera tanda de episodios dejó pistas abiertas -y a su vez ambiguas- sobre el rumbo de la historia.